Cinco bolsas saqué. Casi una por hora que tardé en recoger el cuarto. Cuatro horas y media. Después de sufrir un tirón en el gemelo estirándome por la mañana me pasé más de cuatro horas metido en mi cuarto seleccionando con qué iba a quedarme y con qué no.
Por fin deshice la maleta DEL TODO. La hice en junio, y con los acontecimientos de ese mes ya no me apeteció deshacerla, así que la dejé cerrada, sobre la cama, abriéndola solo cuando necesitase algo de lo que había dentro. Terminó junio, pasó julio, pasó agosto, pasó septiembre, y en octubre volví a meter algunas cosas dentro y me fui a Tenerife con Ángel. Volví y me pasó lo mismo que en junio. No la deshice del todo. Realmente creo que no lo hice porque sentía, igual que sentí ayer, que deshacer esa maleta era aceptar lo que ha pasado. Resignarme e intentar olvidar. Apender a olvidar. Conseguir olvidar. No sé si lo lograré, pero al menos me atreví (por fin) a dar el paso.
Tiré muchos recuerdos de mi infancia y adolescencia. Archivadores, apuntes, libretas, notitas, cartas, recortes de revistas, posters... Luego encontré más recuerdos... esta vez de mi edad adulta. Recuerdos de hechos no muy lejanos. Mientras los cogía los miraba, sonreía, se me escapaba alguna lagrimilla, y luego decidía qué hacer... ¿guardarlos o echarlos a la bolsa? Fue muy, muy difícil, pero en un momento me di cuenta de que si quería seguir adelante con mi vida tenía que tirarlos e intentar olvidar de una vez por todas. Entradas a museos, entradas de cine, resguardos de aviones, tarjetas/llave de hoteles, facturas, folletos... Decidí que deshacerme de todo era lo mejor, y así lo hice. Aunque gueno... no fui capaz de tirarlo todo. No pude. Sólo salvé una carta. Una carta que me dieron en diciembre de 2006 (hace tanto y a la vez tan poco) y que no me autorizaron a leer hasta el 5 de enero de 2007. Y así lo hice. Esa carta llena de palabras escritas con todo el cariño del mundo, llena de sentimientos, de buenos deseos, de alguna que otra petición. No la abrí para releerla porque no me sentí con fuerzas, aunque después de tantas veces creo que puedo recitarla de memoria. Pero cada vez que la abro, cada vez que miro esa letra y recuerdo de quien proviene... No puedo parar las lágrimas. Cogí ese sobre y lo guardé. Sé donde está, y ahí se quedará hasta que sienta fuerzas para volver a leer lo que hay dentro.
Ayer tiré a la basura muchos recuerdos "físicos", pero los más importantes, los que están en mi memoria, permanecerán ahí para siempre, sin duda alguna. Quizás de ahí el valor para arrojar dentro de la bolsa tantos objetos que guardé con tanto cariño. Siempre me quedarán los recuerdos, y esos no me los va a borrar nadie.
Por fin deshice la maleta DEL TODO. La hice en junio, y con los acontecimientos de ese mes ya no me apeteció deshacerla, así que la dejé cerrada, sobre la cama, abriéndola solo cuando necesitase algo de lo que había dentro. Terminó junio, pasó julio, pasó agosto, pasó septiembre, y en octubre volví a meter algunas cosas dentro y me fui a Tenerife con Ángel. Volví y me pasó lo mismo que en junio. No la deshice del todo. Realmente creo que no lo hice porque sentía, igual que sentí ayer, que deshacer esa maleta era aceptar lo que ha pasado. Resignarme e intentar olvidar. Apender a olvidar. Conseguir olvidar. No sé si lo lograré, pero al menos me atreví (por fin) a dar el paso.
Tiré muchos recuerdos de mi infancia y adolescencia. Archivadores, apuntes, libretas, notitas, cartas, recortes de revistas, posters... Luego encontré más recuerdos... esta vez de mi edad adulta. Recuerdos de hechos no muy lejanos. Mientras los cogía los miraba, sonreía, se me escapaba alguna lagrimilla, y luego decidía qué hacer... ¿guardarlos o echarlos a la bolsa? Fue muy, muy difícil, pero en un momento me di cuenta de que si quería seguir adelante con mi vida tenía que tirarlos e intentar olvidar de una vez por todas. Entradas a museos, entradas de cine, resguardos de aviones, tarjetas/llave de hoteles, facturas, folletos... Decidí que deshacerme de todo era lo mejor, y así lo hice. Aunque gueno... no fui capaz de tirarlo todo. No pude. Sólo salvé una carta. Una carta que me dieron en diciembre de 2006 (hace tanto y a la vez tan poco) y que no me autorizaron a leer hasta el 5 de enero de 2007. Y así lo hice. Esa carta llena de palabras escritas con todo el cariño del mundo, llena de sentimientos, de buenos deseos, de alguna que otra petición. No la abrí para releerla porque no me sentí con fuerzas, aunque después de tantas veces creo que puedo recitarla de memoria. Pero cada vez que la abro, cada vez que miro esa letra y recuerdo de quien proviene... No puedo parar las lágrimas. Cogí ese sobre y lo guardé. Sé donde está, y ahí se quedará hasta que sienta fuerzas para volver a leer lo que hay dentro.
Ayer tiré a la basura muchos recuerdos "físicos", pero los más importantes, los que están en mi memoria, permanecerán ahí para siempre, sin duda alguna. Quizás de ahí el valor para arrojar dentro de la bolsa tantos objetos que guardé con tanto cariño. Siempre me quedarán los recuerdos, y esos no me los va a borrar nadie.
2 comentarios:
Ohhhh DIOS MIOO!!!! Has recogido tu habitación?
NO LO PUEDO CREER...Estoy asombrado, me acuerdo cuando la recogi una vez contigo que al igual hicimos dos o tres sacos de basura y too pal "containe" y vuelves ha hacer más basura , por fin la recoges por tu voluntad, yo creía que tenías el sindrome de Diógenes xDDD
Un besu y que sepas que tengo muchas ganas de ir al concierto contigo. :)
Al leer tu crónica de la limpieza de tu cuarto, he tomado valor y he hecho lo mismo... Increíble todo lo que uno saca y saca, casi sin fin...
Pero lo mejor no es el espacio libre y acomodado que queda después, sino, poder desprenderse de un montón de objetos, que recordaban momentos buenos y malos de mis años anteriores... Ya definitivamente necesitaba espacio para los nuevos acontecimientos.
Muchas gracias por la inspiración, era justo el pequeño impulso que necesitaba para tirar tantas cosas que ya no cabían en mi cuarto... ni en mi vida...
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